viernes, 25 de marzo de 2011

MACHU PICCHU EN EL IMAGINARIO NACIONAL PERUANO

Machu Picchu en el imaginario nacional peruano.
Dra. Gaya Makaran
CIALC-UNAM

Introducción
Permítanme que empiece, citando unas opiniones anónimas sobre la identidad peruana encontradas en internet en los foros peruanos:

Los peruanos estamos formando una identidad y generando autoestima que nunca tuvimos en base a motivos que son de orgullo: Nos enorgullece nuestra gastronomía cada vez más reconocida; nos enorgullece nuestro maravilloso Machu Picchu; nos enorgullece el éxito de nuestros compatriotas.

Nunca borraré de mi memoria el momento en que Machu Picchu fue proclamada como una Nueva Maravilla Mundial en julio del año pasado (7 de julio de 2007).1 Todos vimos la escena del alcalde de Machu Picchu. Pueblo ataviado con trajes indígenas recibiendo la condecoración en nombre de los peruanos. Y nos sentimos felices y orgullosos.

Ser peruano es… llevar en el alma grabada la grandeza de nuestra cultura milenaria y la pasión del que construye y avanza ante las dificultades, es llevar con humildad la soberbia del Inca ante las inclemencias de la naturaleza y dominarla. Ser peruano es… rebelarse como Túpac Amaru.

Es indudable que en nuestro pasado autóctono están las mayores fuentes del orgullo y la identidad nacional. En nuestra historia están las raíces grandes y profundas del árbol frondoso que llamamos peruanidad.


Estas citas reflejan una obviedad, las ruinas de Machu Picchu, como también todo el legado prehispánico, constituye hoy en día uno de los símbolos de la peruanidad y un punto de referencia identitaria y del orgullo nacional. Junto al pisco, ceviche y la llama, el Machu Picchu es peruano por excelencia, sobre todo en la imagen estereotipada y un poco kitsch lanzada al mercado turístico. Me gustaría reflexionar un poco más sobre la importancia de los símbolos precolombinos en el imaginario nacional peruano, ver el uso instrumental de este legado en la construcción de una identidad nacional peruana, compartida por la mayoría. Me parece indispensable reflexionar sobre el tema, para no quedarnos con la creencia en la inmutabilidad de la identidad e imaginario nacional, más allá del esencialismo del discurso nacionalista. Porque, aunque resultara difícil de creer, las obviedades de hoy no lo eran hace un siglo, ni lo son todavía en muchos lugares y para muchos habitantes del territorio peruano.

El Onceño. El indigenismo y el nacionalismo.
Mientras se iba el siglo XIX, Perú, como muchos otros países latinoamericanos, vivía una verdadera introspección a fin de descubrir el porqué de su fracaso nacional. El detonante del desconcierto y del derrumbe de los paradigmas hasta entonces incuestionables, fue la pérdida de Perú con Chile en la Guerra del Pacífico en 1883. La debilidad del viejo régimen aristocrático quedó en descubierto, la necesidad del cambio parecía apremiante. Los pensadores como Gonzalo Prada quien ponía en duda la existencia de la nación peruana, diciendo: el Perú no es una nación es un territorio habitado, y posteriormente Carlos Mariátegui o Víctor Raúl Haya de la Torre, críticos duros del Estado peruano y sus élites, intentaban abrir los ojos de la sociedad limeña a la cruda realidad de la sierra bajo el poder gamonal, indicando que las causas de la crisis nacional se encuentran en las políticas frente al indio andino. De hecho, difícil era de imaginar una comunidad nacional moderna, donde la mayoría población vivía en condiciones semi-serviles, inconsciente de la existencia de tal Perú. Qué sea un ejemplo de la gravedad de la situación lo acontecido durante la Guerra del Pacífico, donde los soldados indios pensaban que era un conflicto entre dos generales: uno Perú y el otro Chile, y no entre los países.
A este-auto examen peruano se sumaron las tendencias modernizadoras y contestadoras que recorrían el continente latinoamericano. Las recién llegadas “modas” europeas como el socialismo, marxismo, sindicalismo o anarquismo, empezaron a fecundar los cerebros de los jóvenes intelectuales latinoamericanos, las revoluciones: la mexicana y la rusa, despertaron la imaginación e invitaron a seguir su ejemplo, el movimiento estudiantil iniciado en Córdoba (Argentina) incendiaba las conciencias también en Perú. Uno, tras otro, surgen en América Latina gobiernos populistas con programas de apostar en lo suyo, típico, nacional, patriótico.
Así empieza la era de nacionalismos, cuyo auge observamos en Perú durante el así llamado Onceño (1919-1930) del presidente Leguía y posteriormente durante los gobiernos del Gral. Juan Velasco Alvarado (1968-75). Nacionalismos que por primera vez en la historia peruana emprendieron, con mejores o peores resultados, la tarea de la construcción nacional basada en una nueva identidad, integradora e homogenizadora. Esta tarea de moldear a un nuevo ser peruano, universal, único y compartido por todos los habitantes de la República, exigía un nuevo imaginario nacional, un nuevo mito fundador y un nuevo discurso que legitimara la existencia del estado como tal. Frente a la necesidad de incorporar simbólicamente al indio en la autopercepción nacional peruana, surge la quimera del pasado incaico y el presente mestizo, donde todos los peruanos a fin de recuperar sus raíces se convierten en descendientes del Inca que lograron su libertad luchando contra la tiranía española. O ironía, los verdaderos herederos del Inca, quedan excluidos de esta nueva comunidad nacional por ser “retrasados” y “arcaicos”, a menos que se “integren”, dejando sus culturas por la oficial, la única reconocida desde el Estado.
El debate de los años 20-30
Veamos con más detalle aquella discusión sobre el porvenir nacional. Antes que nada hay que ver el contexto social e histórico en el que se encontraba Perú de las primeras décadas del siglo XX. ¿Qué condiciones prevalecían y cuales impedían la construcción de una comunidad nacional? En la literatura dedicada a la problemática de nación y nacionalismo se suele mencionar, aunque con muchas controversias, una serie de criterios que a la vez son factores constitutivos que indican el grado en que han avanzado los procesos de integración nacional en una colectividad. Uno de ellos es el territorio nacional común que resulta del ensanchamiento del sentimiento primario hacia la región (la patria chica) a la identificación con la totalidad del territorio nacional (patria ideológica), incluye su estabilidad (evolución de fronteras), condiciones geográficas (facilidad de comunicación) y cuestiones de asentamiento (población más o menos proporcional). En Perú las marcadas diferencias geográficas, climatológicas y poblacionales entre las regiones (división entre la Costa, Sierra y Selva, donde la última casi despoblada) resultaban difíciles de superar dada la escasez de vías de transporte. Por eso no sorprende que una de las primeras medidas del presidente Leguía en su tarea de modernización y construcción nacional, era la construcción de la red de caminos que iban a conectar las regiones entre sí. Otro criterio importante es la convicción sobre el origen común del grupo asentado sobre el territorio nacional, cuyas raíces se buscan a menudo en la unidad de sangre (también “sangre mestiza”), en la comunidad de procedencia étnica, muchas veces mítica. La creencia en el origen común encuentra su continuación en la historia común, entendida como experiencias compartidas. Juega aquí un papel especial el culto de los héroes, triunfos y derrotas nacionales. En el caso peruano, sería difícil calificar como común la tradición histórica de los dos grupos predominantes, es decir los indígenas y los criollos, más bien son dos distintas tradiciones históricas. Por lo cual, en el caso latinoamericano y particularmente peruano por falta de tal origen habría que inventarlo, manipulando acontecimientos históricos. Frente a este problema, el mestizo surge como una figura discursiva e ideológica, como una encarnación del espíritu nacional, siendo en teoría un punto de encuentro entre estas dos tradiciones no sólo distintas, sino también confrontadas. En teoría, digo, pues en la práctica lo mestizo deseado y promovido por sus ideólogos se situaba más en el espacio simbólico del criollo que del indígena, conservando de este último tan sólo rasgos superficiales, raciales y folclóricos. Otro factor constitutivo de la nacionalidad es la “cultura nacional” que son los usos y costumbres, el arte, la religión con las normas morales que propaga, el sistema de valores o el modo de percepción del mundo. El papel esencial tiene aquí el idioma, comprendido no sólo como un medio de comunicación, sino sobre todo depositario de cierta cosmovisión compartida y una herramienta de relativa homogenización del grupo. El idioma es también una herramienta necesaria para el desarrollo de una literatura nacional que propaga la tradición histórica (culto a los héroes) y el sistema de valores. La difusión de la “cultura nacional” depende de la educación cuya tarea existe en incorporar a los habitantes de un país en esta cultura común. Encontramos diferentes maneras de concebir la cultura común, según el discurso nacionalista homogeneizante, se trata de una cultura única, homogénea. Según las recientes teorías de pluri: plurinacional, pluricultural, etc. esta cultura compartida puede agrupar muchas culturas sin reducirlas a una mescla homogénea. En Perú de las primeras décadas del siglo XX no encontramos tal cosa. La cultura nacional en realidad es tan sólo cultura de un grupo criollo limitado, la cultura de élite no compartida por la mayoría de la sociedad. La diversidad cultural y lingüística de Perú que no había sido incorporada en esta cultura oficial criolla y la falta del sistema de educación eficiente, impedían la construcción de un imaginario cultural común. Otro de los factores importantes para el proceso de formación nacional es un sistema económico común que crea un marco para la actividad económica de la colectividad. En el Perú existían varios tipos de producción, al lado de empresas capitalistas existían las comunidades indígenas con el sistema colectivista. Los sectores de la economía nacional parecían tener poca conexión entre sí y la falta de movilidad social (los indios semi-esclavos en las haciendas) petrificaba la estructura social- profesional de la sociedad peruana. Por fin, tenemos el factor de conciencia nacional, es decir la percepción de su grupo como distinto de los demás, la solidaridad y la voluntad de formar parte de él. La conciencia de participación lleva a la identificación con las victorias y derrotas comunes y la elaboración de los proyectos del futuro común. Como he mencionado anteriormente tal conciencia se limitaba tal sólo al limitado grupo de la élite criolla, mientras la mayoría de la población, sobre todo indígena, no la compartía. No todos los criterios presentados tienen que ser cumplidos para que una colectividad pueda ser calificada como nación, sin embargo en el caso peruano el análisis de cada uno de estos factores acusa la existencia de divisiones profundas entre la sociedad criolla y la indígena.
En este contexto surge la discusión acerca de la condición del Estado-nación peruano y propuestas de su construcción. Citando tras Víctor Andrés Belaúnde, uno de los intelectuales de aquellos tiempos, “Hay indudablemente una intensa afirmación nacionalista en el Perú en estos momentos. Vivo entusiasmo despierta en nosotros la acentuación de la conciencia nacional, este culto de la peruanidad al que tanto estamos dedicados estudiando nuestra geografía, investigando nuestra historia, y sobre todo, tratando de revivir y de exaltar las esencias espirituales de nuestra nacionalidad”. Los intelectuales se preocupan por como “formar el alma nacional” y “crear la conciencia colectiva”, mayoritariamente conforme la visión homogenizadora de un Estado, una nación, una cultura y una identidad nacional. G. Gallegos, otro intelectual peruano de los años 20, así define la nación: es el pasado histórico de un gran pueblo que lo funde en una unidad homogénea-idioma, educación, cultura, costumbres, mentalidad-y proyecta al porvenir en un solo destino. También Belaúnde confirma que la comunidad nacional sólo lo es si sus miembros tienen “ideas comunes, sintónicas, uniformes, cuando siguen las mismas orientaciones y experimentan un mismo impulso colectivo”. Aunque el diagnóstico de la falta de conciencia e identidad nacional parecía ser común para todas las corrientes ideológicas y políticas del momento, el remedio ya difería considerablemente. Simplificando, podemos dividir las posturas existentes en por lo menos tres:
Los hispanistas conservadores que pretendían formar la nación a base de la tradición colonial y la cultura española, de hecho la conquista para ellos fue el momento decisivo en la formación del Perú. Al mismo tiempo, rechazan lo indígena como poco civilizado y condenado a la próxima desaparición. Aquí la tarea del Estado sería acelerar la desaparición y/o aculturación del indio integrado a la sociedad criolla. Así, por ejemplo, Belaúnde afirma que el espíritu de la peruanidad es occidental, moderno, cristiano y latino. Esta postura encontraba sus duros críticos entre las nuevas generaciones de intelectuales ansiosos de cambio y reconstrucción profunda del país, uno de ellos Mariátegui decía: Para este nacionalismo reaccionario, las raíces de la nacionalidad resultan ser hispánicas y latinas. El Perú no desciende del Inkario autóctono, desciende del imperio extranjero que le impuso hace cuatro siglos su ley, su confesión, su idioma… En oposición a este espíritu la vanguardia propugna la reconstrucción peruana a base de indio. La nueva generación reivindica nuestro verdadero pasado y nuestra verdadera historia”
El segundo grupo, los indigenistas moderados veían la necesidad del cambio y pretendían recuperar para la cultura nacional lo indígena, sobre todo andino, sin embargo, sin rechazar el legado hispano. Postulaban una síntesis de las dos culturas, a fin de crear una cultura nacional común, mestiza. Como ya he mencionado anteriormente, la integración del elemento indio debía ser subordinada al elemento occidental, considerado moderno. Aquí un ejemplo de Riva Agüero quien afirmando Para mí y los que como yo piensan, la peruanidad consiste en el legítimo cruzamiento de lo español con lo indígena, aclaraba: Físicamente muchos de nosotros y espiritualmente descendemos de la civilización europea que España nos trajo. La mencionada integración del indio, en realidad significaba su progresiva desaparición en una síntesis o mescla desigual, con el papel privilegiado de la matriz civilizatoria hispana. Uno de los indianistas moderados, Romero decía: La vibración vital de nuestro ser es española, pero tenemos el patrimonio espiritual indígena inalienable e imprescriptible. Por este último tenemos hondas raíces en el pasado, pero por las palpitaciones hispánicas, somos presente vivo y fecundo. En esta cita destaca la opinión que el mundo criollo tenía de lo indio: es un pasado que puede servirnos para justificar nuestra existencia como nación, sin embargo el presente vivo y el futuro es la cultura hispánica. El gobierno del presidente Leguía era la encarnación de este espíritu indigenista moderado que en las políticas concretas promovía la terea de “civilizar al indio” a través de la educación, infraestructura, acceso al salud y programas de higiene o alimentación. No se atrevió, sin embargo, terminar con el régimen semi-feudal del gamonalismo andino, a través de la reforma agraria, medida que sí podría verdaderamente cambiar la situación del indio, integrándolo a la comunidad nacional.
El tercer grupo, podemos llamarlo los indigenistas radicales, entre ellos podemos ubicar también a los socialistas y apristas, aunque tenían varias diferencias con el enfoque culturalista de los primeros. Rechazaban el legado español como base de la peruanidad y destacando la importancia del indio andino, no pocas veces subrayando la su superioridad racial y cultural. Según ellos, la reivindicación de los derechos para la Sierra india y del reconocimiento del pasado incaico no significa una restauración utópica, sino una reintegración espiritual de la historia y de la patria peruana. Así por ejemplo, Luis Eduardo Valcárcel considera al indio la base de la peruanidad presente y futura, mientras que la cultura latina moderna tiene que adaptarse a lo indio y no al revés. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación decía Mariátegui. Este grupo ve en el indio no sólo el pasado, sino sobre todo un futuro revolucionario. Según ellos, la redención del indio, su liberación a través de la rebelión en contra del régimen político y económico peruano, conllevará a la construcción del Perú mejor, basado el nuevo sistema en la tradición comunitaria indígena. La aversión hacia lo extranjero compartida por la mayoría de indigenistas radicales (Valcárcel y la “Europa decadente”) no significa el rechazo de toda la experiencia extranjera. Mariátegui indica la necesidad de adaptarla al suelo peruano en vez de simplemente copiarla. También los apristas destacan lo indio como el elemento clave de la identidad americana: V.R. Haya de la Torre No nos avergoncemos de llamarnos indoamericanos. Reconozcamos que en el corazón de nuestro continente, como en el corazón de cada uno de sus habitantes, está el Indio… El indio está impreso en nosotros hasta en la entonación con que hablamos nuestro idioma.

Lo que salta ala vista en las reflexiones de los intelectuales y políticos peruanos sobre los fenómenos de nación y de peruanidad es su relación estrecha con el así llamado problema indígena. La clave para la construcción nacional estaría en solucionar el “problema” y para esto se elaboraron múltiples y diversas propuestas que podemos organizar en dos grupos: hacia un Perú criollo-mestizo y hacia un Perú indio.
En cuanto al primero: La homogeneidad peruana, cuya base iba a ser el modelo occidental podría lograrse por dos caminos: la eliminación o la incorporación de la población indígenas. A pesar de la existencia de algunas voces que buscaban la solución del problema nacional en el exterminio físico de los indios, la mayoría proponía su disolución en el seno de la sociedad criolla a través de los procesos del mestizaje. La propuesta del mestizaje sale de todas las corrientes políticas, de derecha a izquierda. La idea de “cruzamiento de la raza indígena con las razas superiores extranjeras” (blanquemiento) tiene partidarios entre los de derecha liberal (Deustua, García Calderón), los indigenistas (Ponce de León) y APRA, cuyo miembro L.A: Sánchez ofrece una mirada casi zoológica: El problema es mestizar, Las mejores vacas son mestizas”. Además de este mestizaje estrictamente biológico se propone la construcción de una cultura y una historia nacional mestiza que incorpore las culturas y el pasado indígena. Todos estos planteamientos se caracterizaban por su postura paternalista y tutelar hacia el indio, donde la reivindicación del indio por él y para el mismo, se veía como un absurdo social grave, poco imaginable ni deseable. Se trataba de la incorporación del indio a la nación, creada sin él y contra él por los criollos según el modelo occidental, gozando de ciertos derechos y hasta protección, pero sólo del marco determinado por aquellos, sin que tengan influencia en la forma de esta nación.
El segundo de los proyectos promovido sobre todo por los indigenistas radicales que señalan la cultura indígena como base de la identidad peruana por crear, representa una minoría muy reducida. Valcárcel considera que lo indígena da la continuidad a la historia peruana, mientras que la conquista fue tan solo un episodio, un factor accidental. Les atribuye a los blancos sólo la mala voluntad y destrucción y se pronuncia en contra de la occidentalización del indio, admitiendo la incorporación tan sólo algunos aportes culturales y técnicos extranjeros. Se opone a los proyectos de aculturación e incorporación del indio Podemos decir que es el precursor del indianismo actual que postula la “redención” o liberación del indio por sí mismo. Hay que subrayar que para Valcárcel y muchos otros indigenistas radicales por ejemplo Uriel García, el indio elogiado no era el indio real, realmente existente, sino un indio utópico, un “nuevo indio”, como lo llamaban”, un ideal por crear. En la tarea de resucitarlo culturalmente y socialmente podría contar con la ayuda de los intelectuales indigenistas.
A pesar de la multitud de los proyectos nacionales propuestos en los años 20 ninguno tomó forma de un programa acabado y nunca se emprendió su ejecución sistemática. Las élites peruanas no llegaron todavía a aceptar las diferencias étnicas, pero su nueva actitud “nacionalista” les permitía verlas no como un antagonismo insuperable, sino un conflicto que puede y debe ser tratado dentro del marco de la nación. La inquietud nacionalista e indigenista regresó con una nueva energía en los años 50, recuperando las ideas y propuestas inconclusas de los años 20 y alcanzó su cúspide durante los gobiernos del General. Antonio Velasco. Esta vez a la discusión teórica se unieron los esfuerzos concretos, como la nacionalización del sector petrolero, la reforma agraria, la reforma educativa que previó entre otros una educación bilingüe para los indígenas. En 1975 se oficializó incluso el quechua como lengua oficial junto al castellano, aunque esta ley casi no fue puesta en práctica. El renacimiento del debate nacional de los años 20, 30 años mas tarde se debe a los cambios profundos experimentados por la sociedad peruana, entre otros la migración del campo a las ciudades que transformó las identidades, culturas, economías y la vida política. Para ilustrar la oposición de la élite criolla conservadora ante este fenómeno menciono que ante la amenaza de una avalancha india en las ciudades, el senador conservador Luis Faura propuso un sistema de control policial para frenar el ingreso. El más radical era el diputado de Cuzco Manuel Jesús Gamarra que proponía castrar a los indios para eliminar su presunto lastre biológico. Estas posturas conservadoras chocaban con nuevas generaciones de intelectuales que sentían un profundo desdén por la mitología historiográfica oficial. A partir de los años 50 la canción popular andina, el arte andino, los nuevos discursos sobre la peruanidad fracturan la hegemonía de los intelectuales criollos y sus códigos culturales. Para descubrir una nueva identidad nacional se busca en las identidades regionales. Se recuperan y vuelven a la moda los textos de los años 20, de Mariátegui, Valcárcel, Haya de la Torre, Cesar Vallejo, José María Arguedas. Parecía que también los grupos de poder necesitaban apoyarse en la nueva intelectualidad para modernizar sus proyectos políticos. El pasado incaico vuelve a penetrar los discursos nacionalistas en un nuevo esfuerzo de construcción de una cultura nacional.
La arqueología se convierte en una herramienta de reconstrucción de aquel pasado deseable y contribuye considerablemente en el despertar de la sensibilidad por lo andino mediante el re-descubrimiento del arte prehispánico. El “descubrimiento” de Machu Picchu en 1911 por Hiram Bingham y su posterior exploración, se inscribieron en el espíritu de la época y alimentaron las tendencias indigenistas tanto de los años 20 como las posteriores. Veamos rápido la historia de relaciones entre Machu Picchu que simbolizará el arte y la cultura prehispánica en general, y la sociedad peruana.
La quebrada de Picchu, ubicada a medio camino entre los Andes y la floresta amazónica, en realidad nunca ha sido descubierta, puesto que nunca se ha perdido. De hecho, después de la conquista española Machu Picchu habría seguido habitada y fue considerada una población tributaria de la encomienda española de Ollantaytambo. Eso no necesariamente significa que los españoles visitaran Machu Picchu con frecuencia; de hecho, sabemos que el tributo de Picchu era entregado a los españoles una vez por año en el pueblo de Ollantaytambo, y no "recogido" localmente. De todas maneras, está claro que los españoles sabían del lugar, aunque no hay indicios de que apreciaran su importancia pasada. Tras la caída del reino de Vilcabamba en 1572 y la consolidación del poder español en los Andes Centrales, Machu Picchu se volvió un lugar remoto, alejado de los nuevos caminos y ejes económicos del Perú. La región fue prácticamente ignorada por el régimen colonial que no mandó edificar templos cristianos ni administró poblado alguno en la zona, y posteriormente republicano, aunque no por el hombre andino. A finales del siglo XIX observamos el aumento del interés por parte de los investigadores extranjeros: europeos y norteamericanos por la zona, que recogen los testimonios de indios locales sobre la existencia de una misteriosa ciudad inca escondida en la selva. Sin embargo, la élite peruana sigue sin ponerle mucha atención al legado prehispánico, empeñada en imitación ciega del occidente.
El, así llamado “descubridor de Machu Picchu, Hiram Bingham, encontró a dos familias de campesinos viviendo allí, quienes usaban los andenes del sur de las ruinas para cultivar y bebían el agua de un canal inca que aún funcionaba y que traía agua de un manantial. Podemos decir, entonces que si Machu Picchu fue descubierta, lo fue tan sólo para la sociedad criolla que había descuidado su importancia y olvidado su existencia, pero para los habitantes locales, indios quechua, seguía existiendo, convirtiéndose a menudo en un símbolo de la grandeza pasada.
Bingham dirigió trabajos arqueológicos en Machu Picchu en 1912 hasta 1915. La "vida pública" de Machu Picchu empieza en 1913 con la publicación de todo ello en un artículo en la revista de la National Geographic. Pero es a partir de la segunda mitad de los años 20 cuando Perú realmente se fija en la futura maravilla del mundo. Fue el trabajo de Martín Chambi, un emblemático fotógrafo cuzqueño de origen quechua, que llamó la atención de la sociedad peruana. Las fotografías de las ruinas de Picchu, tomadas entre 1924 y 1928 fueron publicadas en diferentes revistas peruanas, masificando el interés local sobre las ruinas y con el tiempo convirtiéndolas en un símbolo nacional. La belleza y lo monumental de la “ciudad perdida” servían muy bien para sustentar las teorías indigenistas sobre la grandeza pasada del imperio Incaico y constituían un perfecto punto de partida a las construcciones de un imaginario nacional, donde los peruanos mestizos eran descendientes del imperio inca glorioso.
Con el transcurrir de las décadas, y especialmente desde la apertura en 1948 de una vía carrozable que ascendía la cuesta de la montaña hasta las ruinas desde la estación de tren, Machu Picchu se convirtió en el principal destino turístico de Perú. En los años 50, crece el interés el folclore andino como base para el nuevo nacionalismo peruano, y Machu Picchu se convierte en el tema preferido del cine documental peruano de corte indigenista (Franklin Urteaga con su película “Machu Picchu”. Manuel Chambi en 1962). La ola nacionalista de los años 60-70, más la coyuntura mundial y la nueva moda del “turismo exótico”, y de lo étnico a partir de los 80, sucesivamente convirtieron Machu Picchu en lo que es hoy en día, el emblema de la peruanidad.
Quiero terminar como he empezado, con una cita anónima, que refleja la complejidad del papel de Machu Picchu y el legado precolombino en el imaginario nacional peruano y que debería hacernos reflexionar acerca de la postura de la cultura llamada nacional hacia el indio viviente. A lo mejor veremos que todavía falta mucho para que la peruanidad, tan orgullosamente inca, sea más incluyente y respetable frente a la diversidad y alteridad existente en el territorio peruano:
Vivimos en una tierra privilegiada por sus paisajes naturales y su riqueza cultural. Machupicchu, es uno de los destinos más soñados por los turistas de todo el Orbe. Hay peruanos que dicen sentirse orgullosos de lo que hicieron los incas, pero desprecian a los que hablan quechua, se burlan de los huaynos y nunca comen un olluquito con charqui, porque dicen que es comida para serranos.













1 Esta votación fue apoyada por el gobierno de Alan García Pérez, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores y el del sector Turismo; esta difusión tuvo sus frutos en una gran participación del pueblo peruano en su conjunto y también en el ámbito internacional.[91] Al conocerse los resultados, el presidente Alan García declaró por decreto supremo, el 7 de julio como "Día del Santuario histórico de Machu Picchu", para recordar la importancia del santuario para el mundo, reconocer la participación del pueblo peruano en la votación y promover el turismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario